Un país que llevaba años sumido en la violencia y el terror. Y un desconocido que lo condujo a firmar una de las hazañas más imprevistas de la historia

Brasil

El técnico brasileño Jorvan Vieira, el protagonista del milagro deportivo logrado por Irak, campeón de Asia 2007 en el medio de la devastación causada por la guerra, cuenta los secretos, las anécdotas y sus emociones más intensas en una novela presentada en Roma, titulada ‘El gol se lo dedico a Bush’.

Las enormes dificultades para gestionar las presiones de la Federación de fútbol de Irak, que quería imponer sus ideas tácticas, las distintas creencias religiosas de muchos elementos de la plantilla, el problema de encontrar instalaciones deportivas para entrenar en condiciones de seguridad son elementos que marcaron una de las hazañas deportivas más sorprendentes de la historia del fútbol.

Todo ello confluye en un libro titulado «El gol se lo dedico a Bush», basado en la experiencia de Vieira, elaborado por los periodistas italianos Max Civili y Diego Mariottini, con una introducción escrita por el exfutbolista brasileño Arthur Antunes Coimbra «Zico», que comparte con el técnico carioca un fuerte vínculo de amistad.

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La primera sensación que da el titular, dedicado al expresidente estadounidense George W. Bush, es que se trate de una fuerte provocación, pero en el libro se entiende como, en realidad, es un mensaje cuyo objetivo es razonar sobre la tragedia de la guerra, sensibilizar a la crítica y buscar elementos positivos incluso en las situaciones más complejas.

Los dos autores contaron la historia del Irak de Vieira como una novela, aunque los elementos de imaginación que suelen complementar este tipo de género literario apenas fueron necesarios. La épica ya viene incluida en una experiencia destinada a quedarse en la historia del fútbol.

Hasta abril de 2007, a pocos meses del comienzo de la Copa de Asia, Irak se encontraba en una situación dramática. Llevaba cuatro años en guerra con Estados Unidos, el país estaba en una profunda crisis económica y social, con conflictos internos entre distintas facciones.

La selección de fútbol se encontraba sin entrenador, sin posibilidad de trabajar en su país y con la necesidad de entrenar en Jordania en vista del torneo. Sin embargo, pese a que el aspecto deportivo en ese momento estaba evidentemente muy lejos de ser prioridad, el fútbol se convirtió en una oasis de esperanza, una manera para distraer la mente y una puerta para escribir una gran historia.

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«Empezamos a negociar con Irak y yo tenía otra oferta de Arabia Saudí. La de Arabia a nivel económico era más alta, pero sentía que Irak contaba con un buen equipo, de talento. Rechacé la oferta de Arabia, me interesó más el reto, la posibilidad de hacer algo importante en ese momento, cuando Irak estaba en guerra», afirmó Vieira al repasar su llegada a la selección, en una rueda de prensa organizada en la sede romana de la «Stampa Estera» (Asociación de la Prensa Extranjera acreditada).

Sabía que podía hacer algo grande. Le dije al presidente de la federación «vengo para ser campeón y quiero fijar en el contrato unos premios extra dependiendo del resultado que alcancemos'», prosiguió, aunque el entonces máximo mandatario del fútbol de Irak, Hussein Saeed, no tenía el mismo optimismo.

El mismo presidente le dijo sonriendo: «En nuestra historia nunca hemos superado los cuartos de final… ¿Qué sentido tiene hablar de premios para un resultado positivo?». Unas afirmaciones que, si es posible, multiplicaron las motivaciones de Vieira.

Tuvo que elegir a 23 jugadores para la convocatoria entre un grupo de 53, muchos de ellos que tenían apoyo y protección del Gobierno, y allí vivió otro notable problema: gestionar a los líderes del grupo, muchos de ellos con creencias religiosas distintas.

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«Hablé con muchos jugadores de fe distinta y les dije ‘estamos aquí para ganar, para poner una sonrisa en las caras de los aficionados. No importa vuestra fe, yo estoy aquí para guiaros en el campo'», relata Vieira.

Un entrenador brasileño abrió los ojos a un país y le demostró la importancia de estar unidos y pelear juntos por un objetivo común, mucho más allá de las distintas ideologías.

En la Federación había sunís, chiítas y kurdos. Algunos de ellos hasta estaban en contra de la contratación de Vieira, pero el brasileño logró mantener su puesto gracias a una especial labor de mediación para convencer a las distintas partes en poner el resultado deportivo por delante.

Lo que queda es historia del fútbol. La Copa de Asia, disputada en julio de 2007 en Indonesia, Malasia, Tailandia y Vietnam, vio a Irak ganar su grupo, por delante de la más preparada Australia, y progresar hasta la final tras eliminar a Vietnam y Corea del Sur.

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La final, disputada en Yakarta, acabó 1-0 para el seleccionado de Vieira, que alcanzaría el trono de Asia de la forma más inesperada, en el medio de una guerra devastadora.

Las promesas de Vieira antes del comienzo del torneo se convirtieron en realidad y la Federación de Irak sí tuvo que pagar al técnico y a los jugadores un premio económico para ese triunfo.

Eso sí, pese a que el libro cuente muchísimas historias y anécdotas sobre ese milagro deportivo, los lectores no podrán saber la cantidad económica acordada por el entrenador con la Federación.

«Son secretos que se quedan en el vestuario, y el vestuario es sagrado», asegura Vieira, con una sonrisa, cuando recibe este tipo de preguntas. (Tomado de EFE).